Pandemia ideológica, fanatismo de poder o comunidad organizada.
Por Mariano Pinedo
Los maestros del arte de la política, todos desde sus distintas realidades geográficas, culturales e ideológicas, han sabido priorizar el método de la observación, desde la realidad hacia la teorización y de ahí a la disposicion práctica, por sobre aquel otro método que sin adentrarse en la complejidad de la realidad, conflictiva, interrelacionada y nunca unívoca, cree que es posible la imposición ideológica, forzando las cosas y las personas por medio de la fuerza de la voluntad y el poder.
Estos últimos, también sin diferencias en cuanto a los campos ideológicos que representan, por izquierda y por derecha, suelen terminar enojados con esa realidad que se impone a sus deseos y apelan a métodos cada vez mas violentos, persecutorios o conspiracionistas. Todo aquello (sean cosas, fenómenos o personas) que se acerque a mostrar la realidad y contraríe su voluntad auto concebida como verdadera, o afecte su sistema cerrado de pensamiento que aspira a explicarlo todo, es pasible de volverse un foco de su ira. En algunas ocasiones, como no es posible ni conveniente enfocar la ira contra la realidad, aunque frecuentemente lo intentan, existe un sustituto de la violencia que es la ocultación, la subestimación o la invisibilización del fenómeno. Por arte de magia, aquello que se mostraba como algo que merecía atenderse, para decidir con mayor precisión y realismo, desaparece del análisis, como también lo harán, si resulta necesario, las personas o las opiniones que se asientan sobre esa realidad incontrastable.
Imagino esa -llamémosla porfiadez ideológica- como una batalla incesante, agotadora, desgastante en la mente y en el ánimo de cualquiera. Algunas veces, la voluntad es tan fuerte y el que pretende imponerla tan avasallador y contundente (incluyendo la brillantez de la locura), que termina generando alguna huella, adhesiones, convencimientos acalorados y confluencia de mucha fuerza en torno a sus objetivos. Máxime cuando se manejan algunos recursos que tienen mucha capacidad de convencer, como es el dinero y los medios de comunicación, especialistas en crear realidad, crear sentido como se dice ahora, homogeneizando el pensamiento y el sentimiento de las masas e impidiendo así la necesaria y rica diversidad sustentada en la libertad de las personas. La voluntad termina constituyéndose, en esos momentos, en mucho poder y no es para nada difícil que adquiera, para algunos, razgos de similitud con la divinidad. Se trata del (tan viejo como el hombre) creer poderlo todo. Es allí, precisamente, cuando se expande la violencia contra la voz disonante, incluso cuando esa voz no es una opinión de otra persona, sino que es la voz de la propia naturaleza, de la Creación, de la realidad física que tambien se expresa y muestra señales de haber sido violentada. Es en esa instancia, también, donde mas fuerte se expresa la necesidad de silenciar lo evidente. Tildar a lo disonante de mediocre, de soñador, de conformista, de exagerado o cualquier otro adjetivo que sirva para desacreditar la voz de quien no debería expresarse. Todo lo que no se adecúe al propio deseo, que puede ser de poder, de dinero o incluso esconderse tras objetivos valiosos y loables, es desechable, debe ocultarse y, de no ser posible, atacado en su credibilidad.
Pero ocurren fenómenos inocultables. En diciembre de 2019 surgió a la faz del mundo una pandemia demoledora, voraz, impactante en sus efectos. No fue ni un gran ejército, ni una nación ultra poderosa, ni una catástrofe climática lo que puso en jaque al mundo. Fue, un “insignificante virus” -en términos de lo que podían pensar los que todo lo pueden, los que manejan hasta el milímetro los resortes de la tecnología de avanzada- lo que hizo tambalear el régimen político global y, junto a él, la vida de cualquier persona que se exponga al contagio, sea éste un trabajador que vive en un barrio humilde o el gobernante mas encumbrado y la realeza mas soberbia.
Y hubo, efectivamente, reacciones que se correspondieron con la disyuntiva inicial de esta nota. Los empecinados en sus objetivos de crecimiento económico a como de lugar, los borrachos de poder, los que no pudieron frenar sus ambiciones de triunfo en sus guerras comerciales o militares, que frente a la evidencia de que la pandemia exigía aislamiento, quisieron hacer valer sus miradas pre concebidas, sus fantasías creadas a base de locura, obstinación y propia voluntad. Desoyeron la crisis, minimizaron el virus, ocultaron su existencia, ironizaron contra quienes traían a la mesa el sentido común y la evidencia científica. Ni eso, ni la evidencia científica, a la que tantas veces se quiso convertir en mito fundante de una nueva civilización a costa de las grandes verdades filosóficas y culturales, fue respetada por los voluntaristas ideológicos del poder y del dinero. Cuando ya acorralados por la muerte -que suele ser bastante reveladora de realidad-, no les quedó otra que reaccionar y vieron que la decisión no era moverse, como siempre creen que hay que hacer los alocados del activismo irreflexivo, sino quedarse quietos (lo cual no implica no decidir y no actuar), aislar a la población y resentir la dinámica de la economía en beneficio de la vida de las personas; recien ahí empezaron a construir una nueva locura teórica que los justifique y re valide en sus ambiciones: el mundo será un antes y un después después de la pandemia, repiten como mantra insustancial que les de tiempo para recontruir su modelo de conducción sobre la base de las mismas premisas y paradigmas. Ya estarán pensando en cómo el “después” sea lo más parecido al “antes” o en cómo intentar destruir, adueñándose del después, los conatos aún existentes de resistencia cultural que siguen aportando a que el hombre y la mujer, en el marco de la organización comunitaria popular, sigan siendo protagonistas y no sumisos dominados de las ambiciones de otros.
La reacción de los líderes ofuscados porque algo estaba poniendo en peligro su propia voluntad de imposición, desoyendo a todo un universo de trabajadores de la ciencia y de la política, contrastó con los que, por el contrario, abrieron su cabeza a la mirada de otros, de lo otro. Los que no buscaron en un recóndito lugar de su paquete cerrado de ideología, sino que abrieron la mirada para poder ver. Toda decisión y toda acción debe basarse en un juicio que se asiente primero en el ver. Pero resulta que esa no es una actividad unipersonal. La complejidad de la vida no puede ser vista por uno solo, por más autócrata y por mas poderoso que crea ser. La vida se mira de a varios. No hay oficialismo y oposición en la tarea de ver. Se observa en comunidad y con apertura a lo que ve el otro. El corona virus corrió el velo sobre algo muy arraigado en la naturaleza del hombre como sujeto que vive en comunidad: la historia, para ser tal, la deben protagonizar los pueblos; los pueblos existen y son, conforme a la posibilidad que se den a sí mismos de crear, en libertad, una cultura, una identidad, una doctrina que los unifique; eso requiere de los líderes un fuerte trabajo basado en el servicio, que es valorizar esa cultura y convertirla -con el protagonismo de todos- en organización popular. Solo así, sobre la base de la solidaridad, de organización y de un liderazgo fundado en autoridad más que en poder; solo desde el valor que se le de a cada persona que venga a este mundo a hacer su invalorable aporte, sin descarte de nadie, puede construirse una civilización de vida, de amor y de conjunta creación colaborativa. El que quiera conducir cualquier ámbito político, con la expresión territorial o institucional que sea, debe valorizar más a la orgánica comunitaria que aflore de su servicio, que el propio proyecto de ambición personal y posicionamiento en el poder. Seamos muy observadores y tengamos mucho cuidado de que ese “después” que la pandemia vino a colocar como del otro lado de la bisagra, no sea el mismo régimen con otros vericuetos, no sea otra creación artificial y artificiosa de mentes que dominan sobre personas dominadas; que no venga a darse otro sistema de dominación y abuso sobre la naturaleza, sino que seamos capaces de confiar en la cultura popular, ayudando a que tenga lugar la creación de un mundo basado en los lazos afectivos, en la colaboración, en el trabajo y en una riqueza que sea orientada en que cada hombre y cada mujer pueda encontrar su realización en comunidades que se realicen.
20 de abril, 2020
Excelente. Y gracias. Habemos muches que trabajamos desde creer que desde la sabiduria organizada. Colectiva y popular viene … o vuelve… lo que a la VIDA en su integralidad y complejidad le quitamos.
Desde abajo, convencides y ya no tan en silencio hay que seguir construyendo conciencia y movimientos colectivos.
Gracias por este artículo.
Muy claro, atinado y oportuno análisis, no obstante presumo que se presentará mucho de lo del «día después» que se prevé. La pregunta es cómo se enfrenta, ya que los que desde la «irrealidad» creada insistirán con lo mismo, incluso declararan que los hechos les han dado la razón, además tienen organizacion, poder y dinero, tanto los de izquierda como los de derecha
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