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Hasta siempre, compañero Horacio González

Era una noticia que no queríamos recibir, que la veníamos temiendo desde el momento en que nos enteramos que Horacio González, el intelectual por antonomasia del movimiento nacional y popular de los últimos veinticinco años, había contraído el maldito virus que azota al género humano.

Y hoy tenemos que compartir la horrible verdad. Horacio González ha fallecido, según ha informado su esposa, Liliana Herrero.

Horacio perteneció a esa generación argentina que asomó a la política bajo el resplandor y la fuerza del Cordobazo, el levantamiento obrero-estudiantil del 29 de Mayo de 1969 en la ciudad mediterránea. Esas jornadas fueron la expresión del lento camino de nacionalización de las clases medias, sobre todo en su sector más dinámico, el estudiantado, rompiendo con el bloque oligárquico constituído con el derrocamiento del presidente Juan Domingo Perón y se acercaban, con prevenciones y prejuicios, a la clase trabajadora que había constituído el núcleo resistente del peronismo proscripto. Los levantamiento provinciales contra la dictadura de Onganía y Levingston obligaron al régimen militar oligárquico a dar elecciones y, por fin, levantar la proscripción al gran caudillo exilado. En esa fragua de lucha callejera, de apasionados debates, de tormentosas asambleas y febril militancia se forjó la personalidad intelectual y política de Horacio González.

Tanto su vida personal, como su intensa actividad intelectual, tanto sus acciones como su pensamiento fueron, a lo largo de su vida, coherentes con los valores, las banderas y los reclamos gestados en sus años juveniles en el vivac de las luchas cívicas. Fue Horacio un intelectual enorme del campo nacional. Conocía, como pocos, las líneas de pensamiento de la modernidad e intentó, en todo momento, establecer lazos, vínculos, síntesis y superaciones entre ellas y la tradición del pensamiento argentino, desde las propuestas de Moreno y Belgrano, hasta las reflexiones de Scalabrini Ortiz, Jauretche, John William Cooke y sus herederos de fines del siglo XX.

Sus razonamientos, sus sorprendentes asociaciones, sus, a veces, crípticas conclusiones estuvieron dotadas, siempre, sin excepciones, en la voluntad de robustecer un pensamiento propio, independiente que diese sostén, en el plano más alto y abstracto, a la lucha cotidiana del pueblo argentino, de sus trabajadores, de sus más pobres y explotados.

Horacio fue además una maravillosa persona, un amigo leal y sincero de sus amigos, dotado de una dulce bonhomía, que no lo eximía de la acotación irónica, pero incruenta, sobre la zoncera sistémica del pensamiento oficial. Su erudición, su lectura en clave nacional de los autores contemporáneos formaba parte del corpus intelectual del movimiento nacional y popular argentino. Su paso por la Biblioteca Nacional fue un viento fresco y rejuvenecedor en una institución a la que los años habían dotado de cierta vetustez institucional. Su gestión le abrió las puertas a las nuevas generaciones, a las nuevas tecnologías y a la permanente recuperación de nuestro enorme legado intelectual.

El lugar que Horacio González ocupó en los últimos veinte años en la cultura nacional no podrá ser fácilmente ocupado. Su fallecimiento enluta al pueblo argentino que ha perdido a uno de sus más inteligentes y leales hombres del pensamiento.

Mesa Directiva del Instituto Independencia