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El Agua o la Orilla

El Agua o la Orilla

Por Mariano Pinedo

Integrante del Instituto Independencia, militante peronista de la provincia de Buenos Aires y miembro de
Soberanxs.

Los últimos acontecimientos que marcaron la agenda política argentina, expresan con
característica de casi tragedia (aunque a algunos pareciera que se les pasea el alma por el
cuerpo), lo que hace ya años se presenta como una crisis de poder en el campo nacional y
popular. La tensión política entre los sectores cooptados por el (o enamorados del)
coloniaje y los sectores que representan la cultura nacional y el protagonismo popular, no
es nueva. Diríamos que a esta altura está sobredescripta, pero de todas formas amerita un
brevísimo panorama para introducirnos en el tema que quiero abordar.
Los primeros, claramente, apalancan su poder en un núcleo muy concreto, autoconsciente
de sí mismo y sin vergüenza alguna de ser quienes son y como son: concentración inédita
de dinero en instrumentos financieros; terminales trasnacionales que acaparan la
producción alimenticia y la explotación/saqueo de recursos minerales; embajadas
representantes de los países centrales que garantizan ese flujo financiero mundial como
único sistema económico global posible; deuda externa que debilita y condiciona los
proyectos nacionales; medios de comunicación que crean un discurso único amparando
dicha lógica y desacreditando discursivamente cualquier connato de posicionamiento
nacional, local o comunitario y; un brazo ejecutor judicial disfrazado de “institucionalidad”,
que persigue y encarcela los posibles referentes populares, con la consabida colaboración
de los muchachos que ya hace tiempo dejaron de ser “mano de obra desocupada”. Todo
ello, con el aporte siniestro -o a veces meramente pánfilo- de los actores locales que
acomodan sus cuerpos a esa dinámica de poder, que los lleva en una suerte de cinta
transportadora a ocupar espacios de poder político o económico, sin más esfuerzos que la
entrega de nuestros bienes a requisitoria ocasional, la botoneada oportuna o la fotito
simbólica que exterioriza cierta sensación de que lo están haciendo con consentimiento e
incluso con algo de disfrute.
En el otro terreno, más allá del marco ideológico y discursivo (no siempre sólido ni alineado
al verdadero sentir nacional), el anclaje es más difuso y requiere de una comprensión
acabada de los procesos populares de donde aflora el poder necesario para la resistencia
primero y, luego, para encarar la transformación profunda que ponga al pueblo en situación
de protagonismo verdadero. La dirigencia popular en la Argentina debe tener la humildad
de interpretar ese proceso, abajarse a comprender los tiempos, los hilos conductores, las
motivaciones, esperanzas y necesidades. La resistencia al modelo contra cultural del dinero
se está dando, está ocurriendo. La voluntad de ser una Nación soberana, con base en las
comunidades, sostenida en vínculos solidarios, gratuitos, amorosos, existe de verdad y tiene
mucha potencia. El modelo de nuestras comunidades, arraigadas en los territorios,
construyendo sistemas económicos reales para satisfacer necesidades y progresar hacia un
camino de realización, está vigente. Lo que necesita ese modelo para imponerse en una
victoria es que al menos “los propios” le permitan expresarse y ser.

Ese permitir que el pueblo sea, edificando desde el pueblo, a su lado, las orgánicas
necesarias para canalizar ese poder popular que brota de la cultura de ser comunidad
organizada, es lo que tiene verdadera posibilidad de resistencia y transformación. Allí hay
que estar. En ese nosotros. No disputándole la cinta transportadora a los otros, porque esa
cinta transportadora, que recibe energía de otro lado, parece alienada pero no lo es; nos
conduce al mismo lugar, a donde quieren ir ellos. El sueño de los poderes trasnacionales
financieros es tener a todos y todas, “las derechas y las izquierdas”, en la misma cinta, o
una al lado de la otra separadas por un muro (no importa), pero yendo hacia el mismo lugar.
Frente a esta situación, la militancia popular que aún tiene vasos comunicantes con los
territorios, con las comunidades, con el pueblo llano, advierte la existencia de un espíritu
de lucha, de resistencia, de no dejarse llevar de las narices, de poder seguir siendo una
Argentina que planifique su destino y lo construya desde sí misma, sin expoliaciones, sin
saqueos, sin la violencia de imponer discursos únicos desde arriba, sean cuales sean esos
discursos y visiones. Pero siente la impotencia de que muchos de sus dirigentes no activan
en la misma dirección. Y quienes lo hacen son perseguidos, encarcelados, denostados y,
como en el caso de Cristina Fernández de Kirchner, destinataria además de un atentado que
intentó acabar con su vida.
Entonces surge, como un mantra que evoca tiempos pasados y luchas exitosas, la
sugerencia de movilización. Se repite en cada conversación, en cada grupo, en cada
encuentro de militancia, harta de la pasividad frente al ataque incesante, frente al avance
obsceno de los poderosos, frente a la persecución y la violencia, que la salida es movilizar:
con el pueblo en la calle. Pero ocurre que sin dirigencia que piense, que planifique, que
oriente, que conduzca una estrategia de acumulación e impacto certero, la acción intuitiva
de salir a la calle en cualquier momento, de cualquier manera, en defensa de todos los
temas, motorizados por cualquier convocatoria, no hace mella en el poder del enemigo. Se
apela a la mística de las viejas luchas callejeras, a la reaparición de nuevos 17 de octubre
fundantes de algo nuevo, a un mágico golpe de efecto que cause “un antes y un después”,
sin identificar claramente lo malo del antes, ni mucho menos lo esperanzador de un después
que deviene en vago e indeterminado. Todo es una apuesta a la mano salvadora: una
intervención discursiva reveladora o el alegato de un abogado de nuestra causa que sale
por televisión. Todo sin el pueblo, sin siquiera una agenda relacionada con las necesidades
y expectativas de ese pueblo, sin método y sin rumbo.
Finalmente, cuando se exacerba la violencia y se descontrola el odio, motor anímico de
ellos, terminan dándonos -a veces- causa de una movilización real, masiva, espontánea, de
corazón abierto. El fallo del 2 por 1 de la Corte, el atentado contra la vida de Cristina. Sin
lugar a ninguna duda, las organizaciones, los sindicatos, los movimientos sociales, las
identidades políticas y el pueblo llano (“la gente suelta”, como se suele decir en las
marchas), expresan en la calle, con alegría y contundencia, su voluntad de convivencia
democrática, de ser una Nación soberana, con agenda popular y sin intromisiones de los
poderes fácticos. Se escuchan ahí consignas simples: no a la deuda externa, Cristina
Presidenta. No importa si se puede o no se puede. Eso es lo que se quiere, lo que puede
resumir más simple lo que se quiere. Queremos a Perón. Perón Vuelve. Chau. No hay tu tía.
Bueno, cuando finalmente pasa eso, cuando de verdad está el pueblo en la calle, cuando
finalmente la consigna es clara y hay una voluntad expresada, sale la dirigencia y en lugar
de conducirlo a un destino practicable, lo desactiva, desmoviliza y desmiente las consignas.
Nos llaman a transitar los caminos institucionales, cooptados casi en su totalidad por el
poder de los otros. Increíble realmente.
Un compañero muy querido, que nos dejó hace pocos días, un artista popular intuitivo y
bárbaro, solía cuestionarme, en momentos en donde yo entraba en esas trampas
discursivas para no hacerme cargo de lo evidente: “¿el agua o la orilla? En los dos lugares a
la vez no se puede”.
En homenaje al Negro López y su simpleza brutal y práctica, es que lo imagino increpando
a la dirigencia política que se auto percibe nacional y popular -dentro de la que nos incluyo
a muchos que tenemos que dejar de jugar al militante traicionado- para que dejemos de
una vez esa insólita histeria. No se puede ser peronista con los zapatos limpios, mendigando
poder en los salones de los palacios (de gobierno, de tribunales o de las embajadas). Si
queremos construir una Nación justa, libre y soberana, se hace construyendo poder, con
unidad, con fe y con voluntad de triunfo. El único que puede lograr eso es el pueblo
organizado, protagonista, fuerte, activo, consciente. No hace falta que eso sea marchando
a la Plaza de Mayo. Que sea protagonista en cada territorio, en cada decisión, en cada
mensaje, en cada ámbito de encuentro popular. Para que eso ocurra debemos ser
generosos, humildes (ver, escuchar y confiar), y aportar nuestra formación política en
consolidar las orgánicas necesarias para que el pueblo pueda expresarse en su verdadero
ser cultural y político. Eso requiere inteligencia, trabajo, seriedad, rumbo político y método.
Yo sí creo que la intervención salvadora existe. Algunos y algunas no lo creen. Pero a ambos
nos identifica algo en común: si no hacemos nuestra parte, no va a ocurrir nada.