Mariano Pinedo Medios de comunicación

«El retorno de las nuevas canciones» por Mariano Pinedo

EL RETORNO DE LAS NUEVAS CANCIONES

 

Que la Argentina sea gobernada por un personaje como Javier Milei y su turba ensoberbecida por la ignorancia, expresa sin dudas una profunda decadencia en la política. La nueva dirigencia libertaria consiste en un conjunto de dañados emocionales, fóbicos, hijos de una virtualidad inmaculada de roce social, auto erigidos en profetas que se reivindican superiores, que encontraron una forma de expresarse  y de dominar la escena comunicacional a partir de un vademécum de frases de vituperio, denigración y discriminación. Es cierto que interpretaron e interpelaron, con esas fobias y rabias sociales, mucho de la bronca que, verdaderamente justificada, atravesó al pueblo argentino ante la falta de respuesta de las demandas reales por parte del gobierno del Frente de Todos. Algo de eso ahondaremos.

Coincidió ello, en una suerte de alquimia inmisericorde, con la incorporación rapiñera de los eternos apoderados del poder financiero, que van como siempre -una vez más- con el cántaro a la fuente hasta secarla. Se suben al ómnibus mileista viejas y repetidas caras, mismos apellidos y billeteras, y es así como los ingenieros de las offshore, el ajuste, la deuda y la fuga, tomaron nuevamente el control del circuito de la guita que no produce, que no se hace con trabajo argentino y que tiene destino de bicicleta para los que saben y pueden andar en ella.

La voz que expresa ese proyecto es la locura, el grito, la violencia odiadora discursiva (que ya empieza a ser física y moral, no sabemos hasta donde, pero lo imaginamos por proyección histórica inversa), sumado a un marco de cierto ordenamiento ideológico -absolutamente perimido en términos de evolución de ideas- que hace medianamente de contención, para fijar algún camino y evitar el brote psicótico individual o colectivo.

Pero nada de eso podría haber tenido el más mínimo espacio de crecimiento, si no fuera porque la decadencia está también, por desgracia y con mucha presencia, en ese movimiento grandioso y profundamente argentino que es el peronismo. Llamado a vivir la cultura nacional y promoverla en protagonismo popular, transformación y felicidad, se hunde en la oscuridad del poder de las cúpulas explícitamente banales, sin capacidad de recibir,  ni en su estructura organizativa ni en su discurso, nada de la sabia provocadora y fecunda del pueblo viviendo su historia. Un cuerpo cada vez menos corpulento, sin alma ni ligazón para poder y saber buscarla. Ni siquiera nostálgico de sus tiempos heroicos, sino más bien  melancólico, ritualista y vació de vida activa y protagónica. Situación ideal para animar a los poderosos a revivir el viejo sueño: procurar su definitiva desaparición.

Sin pueblo y sin disponerse a tocarlo, sentirlo y caminar juntos, el peronismo no tiene el fuego de aquellas viejas canciones de liberación, felicidad y justicia social. Veremos si el embate de la ceguera gorila, que viene como una imposición ancestral e inevitable, no termina siendo lo que se constituya como el germen del inicio de la caída del proyecto colonial, despertando la reacción de supervivencia de la también ancestral cultura criolla y americana que retome el camino de la soberanía. Pero volviendo al nosotros, ¿qué pasó? ¿Dónde perdimos el hilo?

Algunos, desde saberes que me son completamente ajenos, pretenden analizar la cuestión desde la psicología, la sociología o la influencia supuestamente irrefrenable de la tecnología. Como si ésta no fuera lo que siempre fue, un instrumento. Ese vicio tan tentador, tan fundacional y tan repetidamente chocado contra la pared que lleva al ser humano a creer que la realidad se construye desde el intelecto (el árbol del conocimiento del bien y del mal), nos quiere instalar (otra vez) que lo que ocurre desde el diseño y la disposición de los poderosos, es inevitable y no existe alternativa. Que solo nos resta amoldarnos, bajar la cabeza y ser instrumentos de la corriente. El optimismo tóxico del “lo que sucede conviene”. Así como en algún tiempo era inevitable la globalización y reivindicar la defensa de los intereses nacionales nos ponía en situación de necios o locos quijotes  que no comprendían el curso de la historia (a la cual, en un éxtasis de  idealismo performático se animaron de decretar finalizada), ahora también son inevitables los nacionalismos cerrados y, por lo tanto, tampoco podemos oponernos a las consecuentes dosis de discriminación, xenofobia o racismo. Como si la política solo se tratara de leer climas de época y como si los climas de época no fueran también decisiones de la política.

Lo cierto es que, embebidos de esa locura de creer que se puede fabricar la realidad con el mero antojo de ponerlo en palabras o sistematizando refritos ideológicos, nosotros también entramos en el mismo espiral, alejándonos cada vez más aceleradamente de nuestra fuente y nuestro método. Ante las falacias ideológicas y la imposición de intereses (disfrazados de ideas), creímos que podíamos construir otra realidad, con otro dogma que también pueda ser impuesto. Fue entonces que el campo de batalla se circunscribió a las herramientas que nos permitieran, a ambos, machacar algunas máximas que se opongan al machaque de las otras, escondiendo un desprecio, profundamente gorila, de que el pueblo es un vacío de ideas, de sentires, de vínculos y de potencia transformadora. La grieta “por arriba” y “por abajo” el pueblo tratado de ignorante. Un pueblo que sería como la presa que debemos cazar para poder meterla en nuestro corral iluminado, al cual -por distintas infundadas razones- creemos que es mejor que el corral del otro. La metodología de esa dinámica es el convencimiento, la manipulación. No la convocatoria genuina, desde el pie, como diría Don Alfredo.

Mucho se escucha en estos días que es preciso ofrecer al pueblo argentino, que empieza a vislumbrar algunos de los vicios redhibitorios de las panaceas prometidas por Milei, una nueva alternativa. Podemos coincidir. Pero ¿será esa alternativa solo electoral, entendida esta como la definición de unos candidatos y candidatas que resulten atractivos de votar, con mensajes que contengan algún acierto en la forma de “convencer”?. ¿O debemos retornar al desarrollo de una potencia que atraiga e irradie, en el marco de una convocatoria a ser, que el pueblo interprete como propia y la sienta susceptible de ser protagonizada en libertad y con la responsabilidad del hacer en común?. Concebir la acción política como el desarrollo de una “oferta” que proponga determinados “beneficios”, además de ser el esquema más liberal que podamos imaginar (la vida social como un contrato individual, en este caso de adhesión), coloca al protagonismo popular en niveles de escasísima densidad y potencia. Es ofrecerle todas las herramientas políticas al marketing y a los gurúes de la manipulación social. Nada de eso pertenece al campo de lo popular, ya que desprecia la decisión de los pueblos y las limita al acto eleccionario; y mucho menos contiene un componente nacional (es evidente que las metodologías de manipulación están siendo uniformadas en el mundo por técnicas sociales que apelan a miedos, odios, etc., sin considerar e incluso contrariando las particularidades culturales nacionales).

Nuestra obsesión debe ser orientar, conducir, proponer, con la mirada lejos, llena de sueños concretables, desafíos ambiciosos -por difíciles que fueran-, pero sin levantar nunca los pies de la tierra. Como enseña el Papa Francisco, caminando juntos. Dejar la fantasía de ser, como muchos quisieron ser, los que llenan de “ideas” a los bombos. El peronismo es para conductores, no para iluminados. Para quienes respetan al pueblo, su cultura, su historia de grandeza y sus tiempos. Pero para eso no basta con una disposición de ánimo hacia allí. Se requiere un preciso método de interacción genuina y real. El diálogo no es esa trampa a la que nos quisieron llevar para que no expresemos nuestras convicciones o para equiparar nuestras legítimas aspiraciones de soberanía popular a la mediocridad de lugares comunes por izquierda o por derecha, sin alterar el orden injusto. El diálogo es la construcción conjunta de esos sueños, en la confianza de que el pueblo va a vivirlos, resolverlos y concretarlos. Nuestra organización debe contener mecanismos de diálogo reales y cotidianos (no esporádicos o puestas en escena para una campaña) con todos los sectores de la vida nacional: producción, innovación, formación y trabajo.

¿Y los jóvenes? Nos preguntamos atónitos, miedosos. ¿Cómo hacemos para llegar a los jóvenes? ¿Y si dejamos de tener tanto miedo y abrimos un poco el hueco para que los jóvenes lleguen a nosotros y nos enriquezcan con nuevas miradas? ¿O creemos que no hay vocación y aspiración de justicia en ellos y ellas? ¿Qué nos autoriza a creer eso? El punto va a estar en ese cambio de lugar que tenemos que hacer. No somos vendedores de productos para la felicidad. No somos benefactores de nadie. Somos CONDUCTORES. Y quien conduce siempre permite, promueve, alienta, fortalece, para que el conducido entre en su vida, la haga plena, se encuentre con otros, defina objetivos comunes y los concrete. Siempre generar el encuentro, siempre fomentar la conversación, el fogón, el mate y que caminen juntos. Tengamos confianza que la Argentina sabe cómo hacer para que retornen nuevas, las viejas canciones, con nuevos ritmos, instrumentos y tiempos.

 

Mariano Pinedo