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Una Argentina más allá de las pantallas y la General Paz

Por Daniela Bambill

Hay otro país detrás del ruido ensordecedor de las cacatúas del odio. Hay un país que lucha por sobrevivir a la tragedia que se cierne sobre el mundo.

Hay una escisión brutal entre la realidad de cualquier argentino real, de carne y hueso, con su historia mínima a cuestas, con su lucha cotidiana, invisible e inclaudicable y la parafernalia montada por quienes han demostrado que tienen como único objetivo la destrucción de la Nación tal como la concebimos.

¿Qué se discute en la Argentina hoy? Atrás quedó el debate político, la presentación de proyectos para concretar la idea de funcionamiento del país que constituyeron el devenir democrático desde 1893.

El debate dio lugar a las acusaciones vacías de contenido real, al insulto, a la negación del adversario político dando paso a la idea de enemigo a destruir. Cualquier método es válido. Nuestra sociedad hoy no admitiría violencia política concreta, se recurre a la violencia simbólica: el enemigo se destruye desde el relato.

La instalación de consignas mediante el mecanismo de repetición buscando constituirlas en verdades absolutas para lacerar al enemigo, destruir su credibilidad, descalificarlo antes que intente una argumentación.

Dos meses de funcionamiento tenía el gobierno elegido democráticamente y por amplia mayoría cuando comenzó la pandemia y  con ella los ataques delirantes de una oposición que tuvo la oportunidad de gobernar durante cuatro años y desguazó el Estado Nacional en beneficio del patrón del circo.

Desde el boicot a las medidas sanitarias, denuncias delirantes en la IN justicia que supimos conseguir, pasando por las bolsas mortuorias en la Casa Rosada hasta llegar a escuchar que el país debe reconfigurarse autoritariamente o que la Argentina debe quedar libre de kirchnerismo.

¿Hasta donde es parte del juego democrático semejante nivel de violencia en boca de una dirigencia que si no fuese peligrosa causaría gracia?

Dudosos referentes culturales o referentes de dudosa cultura escupen sus delirios frente a micrófonos amigables para la faena. El apocalipsis se ha instalado como mantra en las voces y letras de molde de periodistas de dudosa honestidad o dudosos periodistas deshonestos.

En el Parlamento el delirio no encuentra morigeración, no hay debate de ideas en el centro del debate político por antonomasia, se pueden escuchar insultos, mentiras, se montan circos mediáticos en la Casa de la Democracia. Los ciudadanos que han elegido esos representantes han sido estafados en su buena fe, no los representan, las bancas están ocupadas por empleados que siguen los lineamientos del patrón por la módica suma de un salario misero en comparación con las ganancias de este.

La Corte Suprema de Justicia de la Nación, obsoleta y adicta al poder fáctico mueve sus hilos según las necesidades político-partidarias del albacea que garantiza, mediante la prensa y bancas sucias de intelectualidad corrompida, sus privilegios.

Los otrora gerentes del poder fáctico devenidos en “candidatos del bien” hoy circulan por las pantallas sentenciando lo que debería hacerse y ellos no hicieron en su momento, oponiéndose a cualquier acción gubernamental, hasta llegar a la locura de oponerse al cuidado de la vida de la ciudadanía en nombre de la libertad. Fronterizos argumentos enarbolan para defender postulados en los que no creen mientras calculan con cuanta cantidad de muertos pueden accionar para derrocar a un gobierno cada vez más sólido y con el apoyo popular intacto.

¿De qué se discute en la Argentina? Es la pregunta. No se discute política. No se atiende a las necesidades de la población que por momentos parece simple espectadora de un espectáculo circense en el que los monos pasan entre el público robándoles las esperanzas y absorbiendo su energía.

Pero hay otro país, un país que no está en las pantallas gritonas de indignación prefabricada, con fecha de vencimiento caducada. Hay un país que se levanta que se reconstruye, que celebra cada avión que llega con vacunas a sabiendas que ahí esta el camino para terminar la pesadilla mundial.

Hay un país muchísimo más grande que las fiestas clandestinas de egoístas inconscientes o aplaudidores compulsivos de idiotez en balcones de los barrios privilegiados de la ciudad más rica del país, con más exclusión social, con menos vacunas aplicadas y con más índices de contagio.

Hay un país que cree, que apuesta al crecimiento, que da la pelea en cada hombre en cada mujer que sabe que nadie se salva solo.

Hay un pueblo que no odia, un pueblo que se sabe solidario, un pueblo que respeta, un pueblo cansado de los gritos y los insultos.

La mediocre dirigencia iluminada con las luces de las pantallas, sin vergüenza del desastre que han hecho con la Patria encontrará un límite en las urnas.

Porque, para mala suerte de quienes intentan todos los días destruir la democracia, el Pueblo argentino, en su gran mayoría, no admite rupturas del orden democrático, no admite violencia política como salida beneficiosa para unos pocos.

Muy poco tiempo ha pasado desde la destrucción de la economía, de las balas en las plazas, de la exclusión y la marginación de la Patria para que vuelvan a ganar la confianza popular.

A esa dirigencia apátrida y mediocre sería prudente invitarlos a reflexionar, los pueblos no se suicidan en un baño y los “milagros electorales” como el de 2015 ocurren muy pocas veces en la historia.

Responsabilidad y compromiso con la historia sería la consigna, es una pena que en su campo semántico ninguno de esos términos les es familiar. El mundo está cambiando los paradigmas y nada será como lo conocemos.

Las minorías intensas encontrarán su freno en la sabiduría popular, porque es sabido que quien siembra vientos cosecha tempestades y esas tempestades se los llevaran puestos.

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